lunes, 4 de julio de 2011

José de San Martín

José Francisco de San Martín nació en la ciudad correntina de Yapeyú el 25 de febrero de 1778. La pequeña villa correntina que lo vio nacer, había sido fundada por los jesuitas con el nombre de Villa de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú,  para evangelizar a los pobladores de origen charrúa, bohanes, yaros y chandules. El vocablo guaraní yapeyú que significa fruto nacido a su tiempo fue profético, a su debido tiempo un fruto de esta tierra sería el libertador de gran parte de América.
    Solo tres años había vivido San Martín en su tierra cuando su familia se trasladó a España, donde siendo aún un niño, ingresó en la escuela militar. Como oficial exitoso del ejército español no dudó en abandonar un futuro promisorio para viajar a Buenos Aires en 1812 y ponerse a las órdenes del gobierno criollo recién constituido.El panorama político y militar por entonces, resultaba poco optimista, la suerte de las armas era adversa y muchos se debatían temerosos entre la ambigüedad y la duda. Fue el general San Martín quien advirtió que de nada servia el esfuerzo de la guerra que realizaba el pueblo,  si no se declaraba la independencia. En esos momentos decisivos fue él quien impulsó a los diputados del Congreso de Tucumán a declarar la independencia, no sólo de España, sino de toda potencia extranjera.
Por entonces afirmaba:“Yo no aprobaré jamás el que ningún hijo del país se una a una nación extranjera para humillar a la Patria, tal felonía ni el sepulcro lo puede olvidar.”…”seamos libres que lo demás no importa”.
      Pocos meses después de la declaración de la independencia el 9 de julio de 1816, se lanzó al cruce de los Andes para liberar Chile y Perú, proyectando así el movimiento emancipador nacido en mayo de 1810, hecho de tal magnitud que constituye una de las hazañas más portentosas de nuestra historia. El padre de la Patria demostró que el proyecto de la emancipación era de proyección continental. El concepto de Patria de San Martín no puede ser entendido como un concepto de frontera que encierra y separa. Pensaba en la Patria Grande, en una América conformada por pueblos libres pero unidos e integrados para insertarse de igual a igual ante las naciones del mundo.
     Mucho se ha dicho de San Martín y mucho se dirá en el futuro: se ha discutido sobre el origen mestizo del Libertador. La posibilidad de que fuera hijo natural de Diego de Alvear y la aborigen guaraní Rosa Guarú  ha ocupado la atención de historiadores y periodistas. La autoproclamada aristocracia porteña de 1812 lo apodaba “el Indio”, “el paraguayo”, “el mulato”. Si en ellos o en los actuales  historiadores revisionistas sobrevuela la intención descalificatoria para el Santo de la Espada, han equivocado el camino.
Si San Martin era un hijo legítimo de una familia española o el mestizo adoptado por ella, no es relevante.
      Se han intentado encontrar propósitos oscuros en su regreso al país, en su retirada de la campaña libertadora después de Guayaquil, dudando de los motivos enunciados por él mismo: evitar poner en peligro la independencia americana, ante la negativa de Bolivar de que el Ejército Unido Libertador del Perú bajo las órdenes de San Martín se anexara a sus tropas. San Martín sabía que sin el apoyo de Buenos Aires era imposible continuar con la campaña y ante la actitud de Bolivar, demostrando una vez más su altruismo y grandeza, no dudó en retirarse de la escena pública. La carta que le envió a Bolivar el 29 de agosto de 1822 es reveladora:
“Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me proponía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o de que usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con la fuerza de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.” Luego agrega: “Estoy íntimamente convencido que sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de América es irrevocable. Pero también lo estoy, de que su prolongación causará la ruina de los pueblos. Y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. Para el 20 del mes entrante he convocado al primer Congreso del Perú y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido que sólo mi presencia es el único obstáculo que le impide a Ud. venir al Perú con el ejército a su mando. Para mi hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América del Sur debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse.” Finalmente expresa: “Con estos sentimientos, y con los de desearle únicamente sea Ud. quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sur, se repite su afectisimo servidor.” San Martín 
      San Martín creía que las nuevas generaciones de americanos y la historia juzgarían con verdad y justicia su actitud de hombría de bien.
      San Martín fue un patriota, un patriota de los de antes, los que verdaderamente sentían la patria,  los que mantenían la palabra empeñada con integridad. Su actitud nos enseña que no es posible encarar un proyecto común sin unidad, condición necesaria para superar cualquier desafío, para alcanzar los sueños más anhelados y que muchas veces para alcanzarlos es necesario el renunciamiento personal.
Por eso, habiendo dedicado sus mayores esfuerzos a la patria murió en el exilio en Boulogne Sur Mer, en la costa norte de Francia, el 17 de agosto de 1850.
    Casi cien años después de su muerte , el pueblo de Boulogne Sur Mer  fue destruido por los bombardeos de la Alemania Nazi en la segunda Guerra Mundial. Lo único que quedo en pie después de los bombardeos,  fue el monumento de un general que había nacido en Yapeyú,  había abandonado una carrera exitosa y promisoria en Europa para luchar valientemente por la independencia de su tierra, mientras sus compatriotas lo despreciaban llamándolo el “mestizo de las manos negras”. Un general que dejando de lado su vanidad y egoísmo se retiró de la escena política y militar para no poner en peligro la independencia americana. El monumento de ese Soldado permaneció intocado como un símbolo, como un homenaje póstumo para una persona que actúo en forma consecuente con sus ideales.
     Hoy a 161 años de su muerte, cuando parecen escasear los modelos a imitar, es adecuado rescatar la figura del Santo de la Espada, como parámetro de virtud cívica y política para las futuras generaciones.





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