El
Padre Jorge
Faltan
pocos minutos para el mediodía en Roma, la ciudad eterna.
Los
fieles cristianos se congregan en la Plaza San Pedro y esperan con
paciencia que el papa Benedicto XVI se asome por la ventana de su
despacho y les hable por última vez.
Unos
cien mil peregrinos provenientes de todo el mundo, llenan la plaza
de San Pedro y la Vía de la Conciliación. Benedicto XVI sereno y
contento se asoma en la ventana justo al mediodía para hablarle a
los fieles por última vez.
Desde
el balcón de sus habitaciones y aclamado por la multitud emocionada,
con voz clara y sonora inicia el Ángelus citando el evangelio de la
transfiguración sufrida por Cristo, mientras oraba hace más de dos
mil años. Luego les dice que su renuncia, la primera en más de seis
siglos, no significa abandonar la iglesia. Los fieles que llenan la
plaza aplauden, algunos jóvenes, ancianos y niños lloran al
despedirse del Sumo Pontífice.
Cuando
el Papa abandona la ventana, los fieles comienzan a desconcentrarse
lentamente.
La
Plaza San Pedro va quedando extrañamente vacía. Esa magnífica
plaza proyectada por el gran arquitecto Gian Lorenzo Bernini en el
siglo XVII frente a la Basílica de San Pedro, erigida en el sitio
donde fue martirizado y crucificado Pedro, el apóstol de Jesús y el
primer Papa de la Iglesia Católica.
Transcurren
unos pocos días y la sede de Pedro está vacante; la noticia corre
como reguero de pólvora hacia todas partes, llegando en pocos
minutos a los confines del mundo. Los cardenales católicos se
preparan para viajar al Vaticano. Nunca fue tan cierto el refrán
“Todos los caminos conducen a Roma”.
El
camarlengo se ocupa de las cuestiones de la Iglesia hasta que se
elija al nuevo Papa.
Se
inicia el cónclave y los medios de comunicación mencionan a los
cardenales que consideran papables, es decir con más posibilidades
de ser elegido Papa mientras algún periodista recuerda el refrán
romano “quién entra Papa (al cónclave), sale cardenal”. Se
vaticina que el cónclave no será corto. Pero las predicciones no se
cumplieron.
Muy
pronto el humo blanco anuncia que ya fue elegido el nuevo Pontífice
y minutos después se anuncia “Habemus Papam” seguido del nombre:
Cardenal Jorge Mario Bergoglio que elige ser llamado Francisco.
Instantes
después cuando el Papa Francisco sale al balcón, aclara que “los
hermanos cardenales fueron a buscar al Papa casi al fin del mundo...
y aquí estamos....”. Por primera vez en la historia de la iglesia
se elige un papa nacido en Sudamérica, en el fin del mundo, en La
Argentina.
Dias
después, el diario Corriere della Sera revela que el Papa Francisco
fue elegido por una amplísima mayoría, más de 90 votos sobre los
115 posibles.
Y
transcurrren los días.....Es domingo en Roma. Durante toda la
mañana, los peregrinos se acercan a la Plaza San Pedro
congregándose frente a la ventana desde donde hablará el Papa
Francisco.
La
eterna ceremonia se producirá como siempre a las doce en punto. Pero
quizá algo distinto está por ocurrir. El Sumo Pontífice que hasta
hace pocos días vivía en Buenos Aires, fue educado de manera
distinta a otros Papas. Conoce de cerca la pobreza, conoce las villas
del conurbano de la gran ciudad. Las conoce porque las ha caminado
solo, ha hablado con los
que viven en ellas y con los desposeídos y ha vivido como ellos.
Con
la esperanza puesta en mi compatriota, el nuevo Papa Francisco,
cumplo su pedido y oro por él.
Rezo
por él, esperando que los poderosos intereses del Vaticano no le
impidan ser un papa parecido al Cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo
de Buenos Aires, conocido por todos como el Padre Jorge.