domingo, 18 de mayo de 2014

los Cuatro Evangelios, y por qué cuatro?



En el 325, el emperador romano Constantino se enfrenta a un gran dilema: continuar persiguiendo a los cristianos y convertir  en comida para los leones al 50 % de pobladores del Imperio Romano,  o transformar al cristianismo en una religión acomodada a sus propios fines.  La gran movida política de Constantino fue convocar al Concilio de Nicea con la intención de unificar su religión mitraista con la naciente y pujante religión cristiana de la mayoría de sus súbditos.
Al concilio de Nicea I asisten los representantes cristianos, procedentes de Jerusalén y toda Palestina, con más de 40 evangelios, varias epístolas, muchos apuntes de los apóstoles, referidos a la vida y obra de Jesucristo. También asisten los que tienen en su poder las cartas escritas por el romano Saulo, mitraísta, conocido como Pablo, quien no había conocido  personalmente a Jesús y desconocía sus enseñanzas.
El objetivo del Concilio convocado, financiado y presidido  por el emperador Constantino, hijo de Flavia Helena, canonizada posteriormente como santa Helena de Constantinopla, es elegir cuatro evangelios y algunos otros pocos documentos con la intención de organizar el culto de la religión del Imperio Romano. Sin ninguna posibilidad de oponerse a la voluntad del Emperador y con la gran oportunidad de ser parte del poder político romano, la mayoría de obispos apoya lo propuesto por el emperador absolutista y tirano. Se produjo una pelea teológica en condiciones muy desiguales; el poder del imperio dominante con las armas a su favor, contra las creencias de una minoría sojuzgada pero colmada de fe.

Antes del Concilio de Nicea I, la mayoría de los documentos sobre la vida y obra de Jesucristo se consideraban  “canónicos”,  legítimos y verdaderos por grandes comunidades cristianas. En el siglo IV, bajo amenaza de muerte, los cristianos fueron dominados por Constantino I; se impuso Saulo-Pablo; el obispo Alejandro, defensor y amigo del emperador, sobre las creencias del sacerdote Arrio, exponente y defensor del cristianismo primigenio.
Después del Concilio Ecuménico de Nicea I, quienes persistieron en su creencia, admirando y reconociendo a Jesucristo como un Santo Profeta, ungido, elegido por Dios, con la misión divina de dar ejemplo de vida y sabios consejos, fueron acusados y condenados por blasfemia, por herejía; fueron responsabilizados del cisma o división religiosa dentro del Imperio, declarados malditos, anatematizados; y así, huyeron escondiendo  todos los documentos cristianos no incluidos en el Nuevo Testamento Niceno.
A partir de este primer Concilio, lo que no fue incluido en ese Nuevo Testamento, fue considerado apócrifo, prohibido, falso, herético, y, por lo tanto susceptible de ser ocultado o quemado.
Cuando los asistentes al Concilio se vieron frente a la necesidad de explicar al pueblo de Nicea el por qué de la elección de los cuatro evangelios y las razones para desechar el resto, emitieron un documento titulado “Libelus Synodicus”.
El documento Libelus Synodicus  decía que todos los documentos cristianos fueron colocados sobre un altar, en torno al cual se arrodillaron los obispos y pidieron en oración a Dios que los Evangelios que debían ser incluidos en el Nuevo Testamento permanecieran en el altar y que los no elegidos cayeran al piso. La respuesta de Dios fue un fuerte viento que envió al piso los documentos, quedando sobre el altar, los cuatro que hoy aparecen en el Nuevo Testamento tradicional. Y para estar seguros de que no existiera en los cuatro “evangelios elegidos por Dios” una sola palabra que no fueran aceptad a por Dios, los obispos iniciaron fervientes oraciones para pedir al Todopoderoso que eliminara de la mesa al evangelio que contuviera alguna palabra indigna. La respuesta de Dios fue la ausencia de caídas al piso, y los 4 evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan permanecieron sobre el altar. Y para que no quedara la más mínima duda de lo acertada de la elección, asegura el documento anónimo que el Espíritu Santo entró en el recinto del concilio en forma de paloma; entró a través del cristal de una ventana sin romperlo, voló por el recinto y se posó sobre el hombro derecho de cada obispo y, al oído de cada uno, empezó a decir: de todos, esos son los evangelios elegidos por Dios.
Y con esta explicación, los otros evangelios, epístolas y cartas, fueron declarados apócrifos. Quienes no aceptaron la explicación del Libelus Synodicus fueron llamados Herejes.
La decisión de elegir nada más cuatro evangelios, se debió a la influencia ejercida por Ireneo, obispo de Lyon, quien escribió contra los gnósticos en su obra “Contra las Herejías”, y en ella justificaba su preferencia por los cuatros evangelios en los siguientes términos: "El Evangelio es la columna de la Iglesia, la Iglesia está extendida por todo el mundo, el mundo tiene cuatro regiones, y conviene, por tanto, que haya cuatro Evangelios. El Evangelio es el soplo o viento divino de la vida para los hombres, y, puesto que hay cuatro vientos cardinales, de ahí la necesidad de cuatro Evangelios. El Verbo creador del universo reina y brilla sobre los querubines, los querubines tienen cuatro formas, y he aquí por qué el verbo nos ha obsequiado con cuatro Evangelios"
Se estima que, con lo no incluido en el Concilio de Nicea I, hay documentos suficientes como para editar más de 80 libros que contengan la vida y obra de Jesucristo.
Veintidos años antes del Concilio de Nicea I, en el año 303, el emperador Diocleciano se propuso destruir todos los documentos  cristianos que pudiese encontrar; por lo que las copias de los documentos apostólicos, que provenían de Jerusalen y circulaban en Roma, fueron destruidas pero no las que circulaban dentro de Palestina. Cuando Constantino I ordenó  hacer nuevas versiones de esos escritos para la compilación del Nuevo Testamento, dio la oportunidad a los custodios de la ortodoxia paulina católica romana tuvieron la oportunidad de  revisar, alterar, modificar y reescribir los contenidos para que coincidieran con su doctrina, sus creencias y sus conveniencias. En ese momento, se hicieron la mayoría de las alteraciones y modificaciones  a las copias y originales de los escritos cristianos, que sobrevivían en ese momento en Roma.
En 1976, se descubrió un gran depósito de manuscritos cristianos antiguos en el monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí. El descubrimiento se mantuvo en secreto hasta que lo publicó un periódico alemán en 1978. Hay miles de fragmentos, algunos anteriores al año 300 de nuestra era, incluyendo ocho páginas que faltaban del “Códice Sinaítico”  del Museo Británico.
Otros manuscritos cristianos escondidos fueron encontrados en el pueblo de Nag Hammadi, Egipto, en 1945 y en Hirbert Qumram, en 1947, y en otros sitio arqueológicos y se encuentran depositados en museos u organizaciones de diversos países y están siendo estudiado por los expertos.
Los documentos cristianos, tenidos en cuenta en el Concilio de Nicea I, fueron muy pocos y son, básicamente, paulinos (doctrina de Saulo-Paulo) y mitraísta (La religión de Constantino I)