Cuba es un país maravilloso y cuenta con miles de cayos, pequeños
islotes rodeados por el mar. El Caribe es increíblemente turquesa, con
aguas cálidas y transparentes. Tuve el placer de viajar allí con mi
esposo y nuestras hijas.
Aunque en julio se registran huracanes, también es una época fantástica
para disfrutar de las playas. En el aeropuerto de Cayo Largo, una
hermosa isla de 37 km cuadrados, 18 turistas –mayoritariamente
españoles– quedamos varados a causa de un huracán. Nos entreteníamos con
la transmisión por la televisión del pequeño aeropuerto de los actos
conmemorativos del aniversario del asalto al cuartel La Moncada. Ese 26
de julio, el maratónico discurso de Fidel Castro hizo más llevadera la
espera y me permitió conocer algo más de la historia cubana, mientras se
escuchaba el silbido del viento huracanado.
Después de varias horas, cuando el huracán se calmó, nos informaron que
en la pista estaba dispuesto el avión que nos trasladaría a La Habana.
Sin perder de vista el carrito del equipaje, comenzamos la breve
caminata hacia la pista, que estaba desierta. A unos cincuenta metros
pude observar una pequeña avioneta antigua, de esas que tienen alas
dobles y a un hombre mayor que intentaba hacer girar las hélices
delanteras por el sencillo procedimiento de darle un fuerte envión a una
de sus aspas.
Cuando el hombre de mameluco blanco y antiparras se acercó a nosotros
empecé a temer lo peor. Nos dijo que el avión estaba listo para partir,
que debíamos acomodarnos en 14 asientos y cargar nuestras valijas sobre
la falda. No acepté la propuesta. Me negué rotundamente a subir a ese vetusto aparato.
No repetiré todos los argumentos que esgrimí y las amenazas que proferí,
lo cierto es que mientras la reliquia de museo partía con los pasajeros
restantes, a nosotros nos trasladaron en un jeep a un hermoso hotel de
la playa, donde pasamos una noche más en ese lugar paradisíaco.
Al otro día nos trasladaron a La Habana en un avión más moderno. Después
de recorrer la ciudad y visitar la Plaza de la Revolución, nos
informaron que aquella antigua avioneta había sido utilizada en la
Segunda Guerra Mundial y que el piloto había hecho su último viaje antes
de jubilarse.
Días después, cuando llegamos a Buenos Aires, me esperaba una carta de
las autoridades cubanas, en la que se disculpaban por lo sucedido. Pensé
en responderla, pero preferí disculparme personalmente en mi próximo
viaje a la isla. Espero que sea pronto.
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