El 13
de junio de 1982 se inicia el Campeonato Mundial de Futbol de España en el Cam Nou de Barcelona. En la ceremonia
inaugural, más de tres mil estudiantes sobre el césped impecable del campo
de juego, forman diversas figuras, destacándose entre
ellas, paradójicamente, una paloma de la paz, mientras tanto, allá en el fin
del mundo, en unas islas desconocidas para la mayoría de los europeos, cientos
de soldados argentinos luchan en soledad, defendiendo la soberanía de las islas
usurpadas por los ingleses.
El seleccionado
argentino cómodamente instalado en España, está formado por célebres y afamados jugadores
como Diego Maradona, Ramón Díaz, Ubaldo
Fillol, Mario Kempes, Américo Gallego, Daniel Pasarella, Alberto Tarantini, etc
-y como comprobaríamos después ricos y
famosos no solo por saber patear la pelotita. En el momento más aciago para las
tropas argentinas en Monte Longdon y alrededores, mientras cientos de cuerpos de soldados conscriptos de
20 años quedan sobre la nieve lejos de sus madres y sus seres queridos, el seleccionado argentino pierde ante el de
Bélgica por uno a cero. Los costosos y requeridos jugadores argentinos no solo pierden
el partido sino también la oportunidad de hacer saber a la prensa mundial que a
pesar de dedicarse a la frívola tarea de disputar partidos de futbol ganando
millones por eso, también apoyan a los soldados que participan en una guerra no
deseada en unas islas que aunque usurpadas, pertenecen al territorio argentino. Silencio total ante la prensa mundial de
nuestros futbolistas seleccionados para
representar a la Patria y los dirigentes de la AFA. Un día después, mientras
las autoridades políticas argentinas decretan el cese del fuego y se siguen produciendo focos de resistencia de
las tropas argentinas, los jugadores se entrenan pensando en el próximo partido
con Hungría.
En los
días posteriores los combatientes argentinos son tomados prisioneros y algunos
son torturados y fusilados por los
ingleses, pero los dos triunfos sucesivos del seleccionado de futbol en la “madre
patria” tapaban las tristes noticias de la derrota en una guerra desigual que
peleamos contra las dos potencias militares más grandes del planeta.
Esta
circunstancia que relato y que me tocó vivir sintiéndome impotente y desdichada, es uno de los motivos por los que detesto los
mundiales de futbol.
Hay
otra razón y es más poderosa que la anterior:
El mundial de futbol, tal y como nos lo presentan a los argentinos es como
el “Pan y circo” romano. Camisetas y gorros celestes y blancos,
banderas argentinas, escudos nacionales, escarapelas por doquier y el himno
cantado con un balbuceo incomprensible ahí donde no hay versos ni letra para cantar. Considerar que lo máximo del patriotismo es ganar un partido de futbol jugado por once jugadores multimillonarios que
viven magníficamente en Europa -y la mayoría de las veces no saben ni expresar lo que piensan-, es desalentador. Prender el televisor y ver que lo único
importante en estos días es el mundial de futbol de Brasil y pasan inadvertidos
los miles de millones de pesos que se gastan en torno del “futbol para todos”
es deprimente. No se reivindica ni la educación para todos, ni la salud para todos, ni siquiera el
alimento para todos ( y todas ): solo es” futbol para todos para que no nos
secuestren los goles”, sencillamente
asqueroso.
Es evidente,
al menos para mi, que los argentinos hemos perdido mucho más que la estabilidad
económica y la seguridad, hemos perdido la vergüenza.