miércoles, 6 de agosto de 2014

soy Peronista

El mío era un hogar peronista que guardaba culto al general en el exilio. Mi madre, obrera en una fábrica, predicaba su peronismo con el ejemplo: de casa al trabajo y del trabajo a casa, como había recomendado el general. Mi padre, delegado gremial, se empeñaba en recalcar su peronismo y excarmentaba con el despido en cada cambio de gobierno a partir del 55.
Nací después de la Libertadora y me crié escuchando hablar maravillas del general y la abanderada de los humildes y cuando fui adolescente, como todo adolescente que se precie, me rebelé contra el mandato político familiar y me hice antiperonista. Y así yo despotricaba contra los peronistas a diestra y siniestra y en todos los escenarios en los que me tocó interactuar.
En la década del setenta cuando el general Lanusse dijo “a Perón no le da el cuero” era estudiante de matemática en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Por entonces se comenzaba a nombrar al "innombrable", bautizado por los gorilas “el tirano prófugo”, es decir las noticias sobre el general Perón comenzaban a aparecer frecuentemente en los medios de difusión. Si el General Lanusse se había referido abiertamente a Perón, los periodistas no iban a ser menos.
Comenzaron los reportajes y el político exilado en Madrid se hacía  oir después de más de una  década para todos los que quisieran oirlo. El general Perón aparecía tímidamente en mi conciencia. Con cada aparición se iban haciendo más y más nítidas sus ideas en mi cerebro. El memorable reportaje que le hiciera Sergio Villarruel en 1972 terminó de revelarme al Juan Domingo Perón que habían idolatrado mis padres: el "viejo", como le llamaban cariñosamente algunos militantes,  tenía un carisma y un poder de convicción envidiables. En ese momento me hice peronista, con los inmensos riesgos que significaba ser peronista en la década del 70.
Sin prever los riesgos, asistí a proyecciones clandestinas de películas partidarias prohibidas “La hora de los hornos”, “la Patagonia rebelde” y otros largometrajes que se proyectaban en los cines de barrio. Participé en debates donde los militantes peronistas se mezclaban con conferencistas castristas, guevaristas, trokistas y otros de la izquierda más recalcitrante. Festejé con los compañeros el triunfo del Dr Cámpora. Me preocupé lo suficiente cuando se abrieron las puertas de las cárceles la noche del triunfo de "El tío" Héctor en el 73 y volví a festejar con gran algarabía el triunfo de Perón con un porcentaje jamás alcanzado antes ni superado después, el 62 % de los votos. Por entonces, 12 de octubre de 1973  el mismo Perón se reconocía un león herbívoro y casi nadie había tomado conciencia que lo acompañaba en el gobierno, su esposa María Estela Martinez, quien debería ocupar la presidencia si el anciano líder fallecía Algo que podía suceder y que él mismo había pronosticado. Pero quizá el momento en que tomé verdadera conciencia de lo que se venía, fue cuando El General, advertía desde el balcón de la Rosada a sus seguidores concentrados, una vez más en la Plaza de Mayo, que se avecinaban días aciagos. Y el lider no se equivocó. 
Me aterré cuando los militantes más extremistas se autoproclamaron en la clandestinidad. La noche más oscura y sangrienta cubrió la sociedad argentina, dividida en malos y buenos, sin pautas claras de quienes estaban en cada extremo. Muchos que hoy pontifican desde distintos púlpitos, defendían a militares o a militantes violentos y así nos debatíamos, mientras cientos morían y otros desaparecían para siempre.
Transcurrieron los días, los meses y los años. La  absurda decisión de un general alienado que usando la causa justa de recuperación de las Malvinas, nos enfrentó con una de las potencias militares más poderosa del mundo, permitió tomar conciencia bruscamente una vez más de la realidad. En esos tiempos nació mi hija mayor que hoy es historiadora. A ella le cuesta entender como su progenitora, que ella cree racional y que no nació durante la presidencia de Perón,  ni vivió el peronismo en el gobierno, puede proclamarse peronista. Le explico concienzudamente que soy peronista por lo que el gobierno peronista nos dejó, por las obras de Evita y de Perón. Que soy Peronista, porque el General nos hizo tomar conciencia a los trabajadores que la unión hace la fuerza, porque reconoció y reglamentó nuestros  derechos, y los hizo respetar, porque durante su gobierno se construyeron miles de viviendas, se crearon miles de puestos de trabajo, se democratizó la educación y la cultura, se privilegiaron los derechos de los niños y sigo detallando la lista extensísima de logros del gobierno peronista.
Pero mi hija, la historiadora, ganadora de una beca Fullbright¸ insiste con que esos derechos se hubieran reconocido igual, -con Perón o sin Perón-, sentencia inflexible y tercamente. –
De nada sirve que intente razonar con ella. Repite incansablemente, “el peronismo ya fue, terminó, caput”. “Esos gobiernos en la actualidad no pueden ser…..son parte del pasado, un producto de la época de post guerra”.
Como terca peronista que soy, no quiero aceptar lo que ella afirma y no lo hago…..insisto persistentemente que Perón hubo uno solo y Evita también. 
A solas, cuando miro las listas de los candidatos justicialistas en época de elecciones acepto que es posible,  incluso probable,  que mi hija tenga razón. Los que integran las listas del partido, peronistas no son. Se declaran peronistas porque saben que de esa forma tienen votos asegurados y pueden ganar las elecciones. Nada más que por eso dicen ser peronistas .