jueves, 21 de noviembre de 2013

Morir de pie o vivir de rodillas



Es mejor vivir de pie que morir de rodillas

Los que vivimos la niñez  y la adolescencia durante los sucesivos  gobiernos militares en la Argentina, tenemos ciertos hábitos peculiares que según mi modesta opinión han marcado a más de una generación: la rebeldía y una actitud que mi madre llamaba “espíritu de contradicción” y que quizá expliquen muchas cosas que ocurrieron después en los setenta.
Fui niña y adolescente en un tiempo en que no se aceptaban quejas de los profesores. Ante una crítica a un docente, los  padres contestaban invariablemente,  “la profesora siempre  tiene razón, nunca se te ocurra contestarle”. Una época donde entre otras prohibiciones bastante absurdas, no se podía nombrar al innombrable que vivía en España, los varones no podían tener el pelo largo, ciertos libros no podían leerse, no se podía intervenir en las conversaciones de los mayores y  manos anónimas escribían en las paredes la V debajo de una P, que tiempo después aprendí que quería decir Perón Vuelve.
En esos años, cíclicamente se interrumpían los programas de radio y televisión, se escuchaban marchas militares y una voz  decía “Comunicado de la junta militar”. Los adultos aclaraban que había empezado la revolución, que el presidente sería trasladado detenido a Martín García y un  militar encabezaría el gobierno del país. Era casi una rutina. Llamado a elecciones, golpe militar, Junta de comandantes, presidente de facto, llamado a elecciones…
Las personas muy informadas en cuestiones políticas afirmaban que el general  exilado  recomendaría  votar en blanco en el próximo llamado a elecciones, con su partido proscripto y sus partidarios silenciados y perseguidos. Cuando en esos años alguien decía  “el general”, todos absolutamente todos los  que escuchaban  sabían a quién se refería y la gran mayoría lo obedecería.
Mezcladas con las noticias que trascendían del general y su partido,  escuché hablar por primera vez de un tal Ernesto Guevara, un médico rosarino que según afirmaban estaba haciendo la verdadera revolución en Cuba, un país de América Central.
La segunda vez  fue cuando informaron  su muerte  el 9 de octubre de 1967. Estaba haciendo la tarea de matemática, mi asignatura preferida, escuchando la radio. Interrumpieron una canción abruptamente y el locutor dijo “Fue abatido en Bolivia el guerrillero Ernesto Guevara”. Por entonces el presidente de facto era el general Juan Carlos Onganía, la actividad política estaba prohibida y noticias de ese tipo eran escasas, no era momento para que una niña preguntara sobre alguien a quien le decían El che. A los pocos días en medio de la discusión sobre la certeza de esa noticia, se publicaron fotografías de su cadáver que me impresionaron profundamente y dejaron una huella imborrable en mi memoria.
En ellas se veía al Che muerto y con los ojos abiertos como desafiando a la muerte y a sus asesinos. Después de ver esas fotos vislumbré algo del espíritu indomable de ese guerrillero bautizado por sus compañeros El Che.
Los años pasaron y los vaivenes en la política argentina continuaron. No tenía una buena opinión del famoso general sobre el cual todos susurraban, porque les traía muchas complicaciones a sus seguidores, principalmente a mi padre que lo defendía a rajatabla. En cierto momento un almirante de la  junta militar que había desplazado a Onganía, un tal Massera, le dijo a un periodista “A Perón no le da el cuero para volver”. Y fue una frase lapidaria para los militares de entonces.
No solo porque finalmente alguien del poder político reconocía a ese exilado que no se podía nombrar,  sino porque habilitaba nombrarlo sin eufemismos. De pronto  comenzaron a llover las noticias sobre Perón y el peronismo y los peronistas más jóvenes, los militantes, empezaron a hablar también del Che.
Poco tiempo después a pesar de los pronósticos del nefasto Massera, a Perón si le dio el cuero y volvió al país en un avión que debe haber sido de plástico extensible,  porque todos los encumbrados peronistas de entonces, afirmaban haber viajado con él en la aeronave que lo trajo de regreso al país. Ese vuelo fue determinante para muchos ya que allí, se grabó un reportaje del general que mostraba todo su carisma y sus cualidades de líder. Muchos lo veían y lo escuchaban por primera vez y se hicieron peronistas en ese momento.
A partir de entonces todo pareció precipitarse. Llamado a elecciones con Perón proscripto por limitaciones impuestas por los militares. Triunfo de Cámpora. Cámpora al gobierno, Perón al poder. Renuncia del presidente, el tío. Nuevo llamado a elecciones. Triunfo abrumador de Perón en las elecciones que lo consagraron presidente de la Nación por tercera vez. Se vivía un clima de euforia y optimismo que no duró mucho, el mismo Perón pronosticó lo que ocurriría cuando dijo “se vienen días aciagos…”
No viene al caso relatar en esta historia los avatares de esos años, solo aclarar que acompañando el desarrollo de esa efímera democracia, la información política estaba al alcance de los jóvenes. En esos días llegó a mis manos un libro, no recuerdo el nombre, que relataba la historia del guerrillero Ernesto Guevara Lynch de la Serna, El Che.
Su autor, un desconocido, relataba la vida de Guevara, un médico argentino,  nacido en Rosario en el seno de una familia muy acomodada que había viajado por América Latina, ejerciendo como médico ayudando a los pobladores más desprotegidos….se había unido a los hombres de Fidel Castro para luchar contra el dictador cubano Batista….Y la historia de su vida seguía, relatando su participación en la revolución castrista y en la formación del estado cubano después del triunfo de la revolución. Contaba luego que habiendo desempeñado altos cargos en el gobierno de la isla, decidió abandonarlos para continuar con su lucha revolucionaria en el resto de América, hasta que fue asesinado en Bolivia, después de haber sido delatado por un lugareño que lo entregó a los militares bolivianos, comandados por un agente de la odiada CIA norteamericana. Casi en las últimas páginas, el autor aclaraba que la figura del Che,  despertaba grandes pasiones en la opinión pública,  tanto a favor como en contra, que había sido convertido en un símbolo de relevancia mundial. Para muchos de sus partidarios era el símbolo de la lucha contra las injusticias sociales, un rebelde indomable y un espíritu incorruptible. Para otros, sus detractores, había sido un criminal responsable de la muerte de los opositores al castrismo. Pero quedaba claro que Guevara había renunciado a los cargos y los honores de los altos puestos en el gobierno para continuar una lucha en la que creía y liberar a los pobres de la opresión del capitalismo y la pobreza.
Recordado a la distancia, ese primer libro era bastante objetivo, comparado con todos los que leí después sobre el mítico guerrillero mundialmente conocido por sus andanzas e inmortalizado en la famosa foto de Korda.
En esos días,  mis sentimientos acerca del Che eran ambivalentes por las mismas razones que se exponían en el  libro. Cuando comenzó la nefasta y sangrienta dictadura militar en el 76,  toda la información sobre Ernesto Guevara fue prohibida, entre muchas otras prohibiciones,  desde canciones hasta libros de matemática moderna y teoría de conjuntos, pero esas prohibiciones no fueron obstáculo para que una rebelde con espíritu de contradicción como yo,  leyera el material prohibido  a escondidas. Y poco a poco pude comprender una parte del espíritu del Che Guevara y sentí hacia él un gran respeto.
  En una época donde los políticos pregonan una ideología en las palabras pero practican  otra muy distinta en los hechos, un hombre como El Che,  que vivió exactamente en concordancia con sus ideas, me merece el mayor de los respetos.
Con sus aciertos y sus errores, El Che fue un idealista. Sus  actos fueron coherentes con sus ideas hasta el final de sus días. Renunció a los cargos y los honores para volver al llano y continuar con la lucha que creía justa. Aceptó la muerte y se enfrentó a su asesino diciéndole, ¡Póngase sereno y apunte bien que usted va a matar a un hombre!”.  Por eso lo respeto y lo respeto porque son pocos los hombres que prefieren morir de pie a vivir de rodillas.