Es mejor vivir de pie que morir de rodillas
Los que
vivimos la niñez y la adolescencia
durante los sucesivos gobiernos
militares en la Argentina, tenemos ciertos hábitos peculiares que según mi modesta
opinión han marcado a más de una generación: la rebeldía y una actitud que mi
madre llamaba “espíritu de contradicción” y que quizá expliquen muchas cosas
que ocurrieron después en los setenta.
Fui niña y
adolescente en un tiempo en que no se aceptaban quejas de los profesores. Ante una
crítica a un docente, los padres contestaban
invariablemente, “la profesora siempre tiene razón, nunca se te ocurra contestarle”.
Una época donde entre otras prohibiciones bastante absurdas, no se podía
nombrar al innombrable que vivía en España, los varones no podían tener el pelo
largo, ciertos libros no podían leerse, no se podía intervenir en las
conversaciones de los mayores y manos
anónimas escribían en las paredes la V debajo de una P, que tiempo después
aprendí que quería decir Perón Vuelve.
En esos años, cíclicamente
se interrumpían los programas de radio y televisión, se escuchaban marchas
militares y una voz decía “Comunicado de
la junta militar”. Los adultos aclaraban que había empezado la revolución, que
el presidente sería trasladado detenido a Martín García y un militar encabezaría el gobierno del país. Era casi
una rutina. Llamado a elecciones, golpe militar, Junta de comandantes,
presidente de facto, llamado a elecciones…
Las personas
muy informadas en cuestiones políticas afirmaban que el general exilado recomendaría votar en blanco en el próximo llamado a
elecciones, con su partido proscripto y sus partidarios silenciados y
perseguidos. Cuando en esos años alguien decía “el general”, todos absolutamente todos
los que escuchaban sabían a quién se refería y la gran mayoría
lo obedecería.
Mezcladas con
las noticias que trascendían del general y su partido, escuché hablar por primera vez de un tal
Ernesto Guevara, un médico rosarino que según afirmaban estaba haciendo la
verdadera revolución en Cuba, un país de América Central.
La segunda vez fue cuando informaron su muerte el 9 de octubre de 1967. Estaba haciendo la
tarea de matemática, mi asignatura preferida, escuchando la radio.
Interrumpieron una canción abruptamente y el locutor dijo “Fue abatido en
Bolivia el guerrillero Ernesto Guevara”. Por entonces el presidente de facto
era el general Juan Carlos Onganía, la actividad política estaba prohibida y
noticias de ese tipo eran escasas, no era momento para que una
niña preguntara sobre alguien a quien le decían El che. A los pocos días en
medio de la discusión sobre la certeza de esa noticia, se publicaron
fotografías de su cadáver que me impresionaron profundamente y dejaron una
huella imborrable en mi memoria.
En ellas se veía al Che muerto y con los ojos abiertos
como desafiando a la muerte y a sus asesinos. Después de ver esas fotos
vislumbré algo del espíritu indomable de ese guerrillero bautizado por sus
compañeros El Che.
Los años pasaron y los vaivenes en la política argentina continuaron.
No tenía una buena opinión del famoso general sobre el cual todos susurraban,
porque les traía muchas complicaciones a sus seguidores, principalmente a mi padre
que lo defendía a rajatabla. En cierto momento un almirante de la junta militar que había desplazado a Onganía,
un tal Massera, le dijo a un periodista “A Perón no le da el cuero para
volver”. Y fue una frase lapidaria para los militares de entonces.
No solo porque finalmente alguien del poder político
reconocía a ese exilado que no se podía nombrar, sino porque habilitaba nombrarlo sin
eufemismos. De pronto comenzaron a
llover las noticias sobre Perón y el peronismo y los peronistas más jóvenes,
los militantes, empezaron a hablar también del Che.
Poco tiempo después a pesar de los pronósticos del
nefasto Massera, a Perón si le dio el cuero y volvió al país en un avión que
debe haber sido de plástico extensible, porque todos los encumbrados peronistas de
entonces, afirmaban haber viajado con él en la aeronave que lo trajo de regreso
al país. Ese vuelo fue determinante para muchos ya que allí, se grabó un
reportaje del general que mostraba todo su carisma y sus cualidades de líder. Muchos
lo veían y lo escuchaban por primera vez y se hicieron peronistas en ese
momento.
A partir de entonces todo pareció
precipitarse. Llamado a elecciones con Perón proscripto por limitaciones
impuestas por los militares. Triunfo de Cámpora. Cámpora al gobierno, Perón al
poder. Renuncia del presidente, el tío. Nuevo llamado a elecciones. Triunfo abrumador
de Perón en las elecciones que lo consagraron presidente de la Nación por
tercera vez. Se vivía un clima de euforia y optimismo que no duró mucho, el
mismo Perón pronosticó lo que ocurriría cuando dijo “se vienen días aciagos…”
No viene al caso relatar en esta historia los avatares de
esos años, solo aclarar que acompañando el desarrollo de esa efímera democracia,
la información política estaba al alcance de los jóvenes. En esos días llegó a
mis manos un libro, no recuerdo el nombre, que relataba la historia del
guerrillero Ernesto Guevara Lynch de la Serna, El Che.
Su autor, un desconocido, relataba la vida de Guevara, un
médico argentino, nacido en Rosario en
el seno de una familia muy acomodada que había viajado por América Latina,
ejerciendo como médico ayudando a los pobladores más desprotegidos….se había
unido a los hombres de Fidel Castro para luchar contra el dictador cubano
Batista….Y la historia de su vida seguía, relatando su participación en la
revolución castrista y en la formación del estado cubano después del triunfo de
la revolución. Contaba luego que habiendo desempeñado altos cargos en el
gobierno de la isla, decidió abandonarlos para continuar con su lucha
revolucionaria en el resto de América, hasta que fue asesinado en Bolivia,
después de haber sido delatado por un lugareño que lo entregó a los militares
bolivianos, comandados por un agente de la odiada CIA norteamericana. Casi en
las últimas páginas, el
autor aclaraba que la figura del Che, despertaba grandes pasiones en la opinión
pública, tanto a favor como en contra, que
había sido convertido en un símbolo de relevancia mundial. Para muchos de sus
partidarios era el símbolo de la lucha contra las injusticias sociales, un
rebelde indomable y un espíritu incorruptible. Para otros, sus detractores,
había sido un criminal responsable de la muerte de los opositores al castrismo.
Pero quedaba claro que Guevara había renunciado a los cargos y los honores de
los altos puestos en el gobierno para continuar una lucha en la que creía y
liberar a los pobres de la opresión del capitalismo y la pobreza.
Recordado a la distancia, ese primer libro era bastante
objetivo, comparado con todos los que leí después sobre el mítico guerrillero
mundialmente conocido por sus andanzas e inmortalizado en la famosa foto de
Korda.
En esos días, mis
sentimientos acerca del Che eran ambivalentes por las mismas razones que se
exponían en el libro. Cuando comenzó la nefasta
y sangrienta dictadura militar en el 76, toda la información sobre Ernesto Guevara fue
prohibida, entre muchas otras prohibiciones, desde canciones hasta libros de matemática
moderna y teoría de conjuntos, pero esas prohibiciones no fueron obstáculo para
que una rebelde con espíritu de contradicción como yo, leyera el material prohibido a escondidas. Y poco a poco pude comprender
una parte del espíritu del Che Guevara y sentí hacia él un gran respeto.
En una época
donde los políticos pregonan una ideología en las palabras pero practican otra muy distinta en los hechos, un hombre
como El Che, que vivió exactamente en
concordancia con sus ideas, me merece el mayor de los respetos.
Con sus aciertos y sus errores, El Che fue un idealista. Sus
actos fueron coherentes con sus ideas hasta
el final de sus días. Renunció a los cargos y los honores para volver al llano
y continuar con la lucha que creía justa. Aceptó la muerte y se enfrentó a su
asesino diciéndole, ¡Póngase sereno y apunte bien que usted va a matar a un hombre!”. Por eso lo respeto y
lo respeto porque son pocos los hombres que prefieren morir de pie a vivir de
rodillas.